¿Carbones encendidos?
o brazas tibias.
Apocalipsis 3: 14 – 16 Y escribe al ángel de la iglesia en Laodicea: He aquí el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios, dice esto: 15Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡ojalá fueses frío o caliente! 16Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca.
Sin duda alguna, este es uno de los versículos más fuertes que hay en las escrituras; primero, porque el que está hablando es Cristo Jesús; la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación, aquel en quien fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles. Por lo tanto, que Él diga: “te vomitaré de mi boca”, es una expresión que literalmente significa: te desecharé.
Y segundo, porque este es un mensaje específicamente para la iglesia.
Algo que siempre me ha llamado la atención de este pasaje es por qué el Señor dijo: “ojalá fueses frío”, prefiriendo la frialdad a la tibieza. Y creo que la razón por la cual Él dice eso, es porque el frio siempre será susceptible de encenderse si tan solo se acerca al fuego; pero el tibio, es alguien que cree estar encendido, alguien que cree estar avivado, alguien que se cree portador de una llama, aunque esta hace rato se haya extinguido, y por lo tanto, no cree tener la necesidad del fuego de Dios porque piensa que aún lo porta; cuando la verdad, es que lo que tiene, es la tibieza que el Señor aborrece.
Viendo este pasaje, creo que la peor desgracia para un creyente es ser un cristiano tibio, que se toma la temperatura a sí mismo, se siente encendido y avivado, y siente que ese pasaje no tiene nada que ver con él.
Hay un test muy sencillo para saber qué tan calientes o fríos estamos, y para nada tiene que ver con la percepción que tenemos de nosotros mismos, sino con la percepción que los demás tienen de nosotros.
El test para saber si estamos calientes o tibios es muy fácil: solo debemos acercarnos a otros, a ver qué perciben de nosotros.
Cuando el Señor Jesús llegó a la tierra de los gadarenos, de inmediato vino corriendo un endemoniado gritando y postrándose a sus pies: Lucas 8:28 “Este, al ver a Jesús, lanzó un gran grito, y postrándose a sus pies exclamó a gran voz: ¿Qué tienes conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Te ruego que no me atormentes”. Esto sin que el Señor Jesús hubiera pronunciado una sola palabra.
Cuando Pedro pescaba en el mar de Galilea y vio la gran cantidad de peces que atrapó por obedecer a la palabra del Señor, cayó de rodillas ante Él. Lucas 5:8 “Viendo esto Simón Pedro, cayó de rodillas ante Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador”.
Cuando Jesús iba por el camino, y la multitud le seguía, un ciego, al escuchar que el que pasaba era Jesús, de inmediato levantó la voz, porque había escuchado de aquél que hacía milagros y obraba sanidades. Marcos 10:47 “Y oyendo que era Jesús nazareno, comenzó a dar voces y a decir: ¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!”
El test es muy sencillo, si el fuego del Espíritu está en nosotros y nos acercamos a un endemoniado, el demonio tiene que sentirse tan incómodo, que se manifestará de inmediato; si nos acercamos a un pecador, este será muy consciente de su pecado y sentirá la necesidad de confesarlo y apartarse de este, y si nos acercamos a un enfermo o necesitado de alguna intervención divina en su vida, este querrá nuestra oración.
Si eso pasa, con seguridad somos carbones completamente encendidos; pero si pasa lo contrario, si nos acercamos a un endemoniado y este en vez de incomodarse, se acomoda a nuestro lado, si nos acercamos a un pecador y este en vez de ser confrontado en su actitud, quiere contarnos sus “hazañas y vivezas” sin el mínimo remordimiento; y si los enfermos a nuestro alrededor solo nos cuentan sus desgracias sin vernos como una fuente de sanidad y milagros, entonces no hay que pensarlo mucho, con seguridad no estamos tan calientes, ni tan encendidos como creemos.
El fuego del Espíritu no se mide por la percepción que nosotros tenemos de nosotros mismos, y mucho menos por la doctrina y forma de hablar, sino por lo que los demás perciben de nosotros.
Sabemos que las brasas están calientes porque al acercarnos sentimos su calor de inmediato, nadie tiene que convencernos de su calor. Pero cuando las brasas ya están tibias, difícilmente percibimos su calor, y sabemos que ya no sirven para asar o calentar algo.
Creo que todos nosotros debemos, de una manera muy sincera, practicarnos el test de las brasas, y si la gente a nuestro alrededor no percibe nada, si nadie nos dice: yo quiero lo que usted tiene, si nadie nos pide que oremos por ellos, si ningún demonio se manifiesta a nuestro alrededor, con seguridad estamos tibios, y de inmediato deberíamos caer de rodillas y clamar por el fuego del Espíritu de Dios, o por el soplo del Santo Espíritu, que avive el fuego que aún haya en nuestras vidas.
Creo que este es el tiempo para que todo creyente, demuestre al mundo que somos el cuerpo de Cristo, y que a través de cualquier creyente, templo del Espíritu Santo, puede haber sanidades, liberaciones y conversiones. “Porque el anhelo ardiente de la creación es ver la manifestación de los hijos de Dios”.