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Llamados eternos, no inmediatos

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¿Te imaginas lo que es esperar algo más de 600 años para ver los resultados de lo anunciado sobre la vida de una persona?

Imagina que vives 595 años esperando ver el cumplimiento de esa palabra profética, y tu vida no te alcanza para ver lo que anhelaste por tantos años, y por el contrario, lo único que ves por los últimos cien años son las locuras sin sentido que esa persona comenzó a hacer ante la burla de amigos, vecinos y familiares, y muy a pesar de esa burla, en ningún momento esa persona desiste de su obsesión; llega el tiempo de tu muerte y nunca viste nada de lo anunciado ni de lo esperado por seis siglos.

Te estoy hablando de Lamec, hijo de Matusalén y padre de Noé. Génesis 5:28 – 30 “Vivió Lamec ciento ochenta y dos años, y engendró un hijo; 29 y llamó su nombre NOÉ, diciendo: ESTE NOS ALIVIARÁ DE NUESTRAS OBRAS Y DEL TRABAJO DE NUESTRAS MANOS, A CAUSA DE LA TIERRA QUE JEHOVÁ MALDIJO. 30 Y vivió Lamec, DESPUÉS QUE ENGENDRÓ A NOÉ, QUINIENTOS NOVENTA Y CINCO AÑOS”.

Lamec profetizó que su hijo recién nacido, traería alivio de la situación que se estaba viviendo por causa de la maldición que Jehová había pronunciado sobre la tierra, debido al pecado del hombre. Pasan 595 años después de ese anuncio, y lo único que ve los últimos cien años de su vida, es que su hijo se empecinó en hacer un gran barco en lo alto de una montaña, trayendo burla y vergüenza a la familia, en vez de alivio a la situación, que para ese entonces, era mucho peor que en el momento del nacimiento de ese hijo.

La maldad había llegado al extremo, y nos dice el relato bíblico que Jehová se arrepintió de haber creado al hombre. Génesis 6:5 - 7 “Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal. 6 Y se arrepintió Jehová de haber hecho hombre en la tierra, y le dolió en su corazón. 7 Y dijo Jehová: Raeré de sobre la faz de la tierra a los hombres que he creado, desde el hombre hasta la bestia, y hasta el reptil y las aves del cielo; pues me arrepiento de haberlos hecho”.

La tierra se había corrompido al extremo, los seres humanos habían entrado en relaciones nunca antes vistas con las tinieblas y el Señor decidió dar por terminada la vida sobre la tierra; pero había un linaje, una familia que no se contaminó, y hubo un hombre del cual las escrituras dicen que caminó con Dios, y desapareció, porque le llevó Dios. Este fue Enoc, padre de Matusalén, quien a la vez fue el abuelo de Noé.

Este Matusalén, no solo fue el hombre que más vivió sobre la tierra, sino el hombre que tuvo la misión de detener el juicio de Dios sobre la tierra hasta tanto no estuviese terminada el arca, es decir, el año que murió Matusalén se desató el juicio de Jehová y vino el diluvio que acabó con los seres humanos.

Nos dice el relato bíblico que: “Noé halló gracia ante los ojos de Jehová porque era varón justo, perfecto en sus generaciones y Dios caminó con Noé”.

Y eso de ser perfecto en sus generaciones, es precisamente porque su bisabuelo tuvo tal grado de comunión con Dios, que fue llevado a la presencia de su padre Celestial sin ver la muerte, porque su abuelo fue un intercesor que detuvo el juicio de Jehová durante toda su vida, y porque su padre tuvo la visión para poder profetizar que su hijo sería quien traería alivio a la tierra de la maldición que Jehová había proferido.

Ahora, ni Matusalén ni Lamec vieron la obra que Dios hizo a través de la vida de su nieto y su hijo, pero por causa de ellos, las cosas se dieron sobre la vida de Noé.

Vivimos en tiempos de inmediatez, en tiempos en los que queremos que todo sea de un día para otro; cuanta gente hay que han abandonado un llamado, porque pasados uno o dos años no han visto nada en sus vidas; cuanta gente ha tildado de falsos profetas y de mentirosos a aquellos que anunciaron grandes propósitos y llamados sorprendentes y pasados cinco largos años, al no ver el cumplimiento cabal de esas palabras, desistieron y prefirieron volver atrás.

Matusalén vivió 969 años siendo un intercesor efectivo y deteniendo un juicio sobre la humanidad. Lamec vivió 595 años después del nacimiento de su hijo, y nunca vio el arca terminada, ni la salvación que vino por la obediencia de su hijo; y Noé duró 120 años construyendo un arca, y nunca pensó que tal vez era una gran equivocación y que tal vez era mejor volver a su trabajo anterior.

¿Por qué creemos que Dios cambia de opinión a los pocos años? ¿por qué creemos que si Dios nos anunció un llamado, un ministerio, un propósito en nuestras vidas, éste tiene tiempo de caducidad, y si no se dio en los siguientes cinco o diez años, ya no será?

No tenemos ni idea de lo que es ser un intercesor efectivo por 969 años, ni de lo que es esperar 595 años a ver el cumplimiento de una profecía y no alcanzar a verla, o de desarrollar un llamado por 120 largos años a pesar de tener a toda la humanidad en contra.

Yo no sé si tendré la vida para ver el cumplimiento de las promesas y palabras proféticas declaradas sobre mis hijos y mis nietos, pero sé que así no las vea, se cumplirán. He bendecido sus vidas como padre y como abuelo, al tiempo que yo también fui objeto de las bendiciones de mis padres y mi abuelo, por lo tanto, sé que las vea o no, las promesas del Señor son fieles y se cumplirán sobre mi vida y la vida de mis generaciones futuras porque creemos y esperamos en Él.

Sé que algunos creen que las promesas y palabras del Señor sobre sus vidas ya no serán, porque han pasado dos, tres, cinco años y aún no ven nada. Sé que algunos creen que las bendiciones que reposan sobre sus hijos y nietos ya no las verán, y posiblemente así sea, aun así, eso no significa que Dios no sea fiel y no vaya a cumplir; solo que debemos entender que los dones y el llamamiento son irrevocables, son para toda la vida, y si los desechamos creyendo que ya no serán, habremos cometido el peor error de nuestras vidas, porque eso, precisamente eso fue lo que hizo Esaú.  Dios no le quitó nada a él, él menospreció y entregó el derecho que tenía a la doble porción.

No te canses de esperar, porque las promesas del Señor a nuestras vidas y la vida de los nuestros no son inmediatas, son eternas, es decir, trascienden a nuestra vida y existencia en la tierra.

Te bendigo, y en ti, bendigo a tus generaciones.

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