Perdiendo la Presencia de Dios
La historia de Sansón aparece en las escrituras como la de un súper héroe, como aquel hombre que mataba filisteos por montones sin sufrir ningún daño, que despedazaba leones con sus manos y rompía toda atadura con que intentaran retenerle.
Cuando me hablaron por primera vez de Sansón yo era tan solo un niño, y recuerdo imaginarlo como si fuera una especie de Popeye, y más adelante, siendo adolecente recuerdo verlo como el personaje de la mitología griega, Hércules. La historia que nos contaban de este hombre extraordinario se centraba únicamente en su fuerza sobrenatural, pero en mi infancia nunca me enseñaron que este era un siervo del Dios altísimo que tenía un don sobrenatural que se manifestaba cuando el Espíritu de Jehová venía sobre él.
Es decir, Sansón era un niño especial porque había nacido sobrenaturalmente de una mujer estéril, al igual que un Isaac, un José, un Samuel, Juan el Bautista o el hijo de la sunamita. Era un niño que tenía en sí mismo vida sobrenatural, pues era un hijo concebido en un vientre en donde era imposible que hubiera vida.
Pero eso no pareciera ser algo relevante en la historia, porque de eso no se habla; solo se habla de la gran fuerza que Sansón tenía, y tampoco se hace énfasis en que cada vez que Sansón mostraba su gran fuerza, era porque el Espíritu de Jehová se manifestaba en y a través de él.
Jueces 14:6 “Y el ESPÍRITU DE JEHOVÁ VINO SOBRE Sansón, quien despedazó al león como quien despedaza un cabrito, sin tener nada en su mano”.
Jueces 14:19 “Y el ESPÍRITU DE JEHOVÁ VINO SOBRE él, y descendió a Ascalón y mató a treinta hombres de ellos”.
Jueces 15:14 “Y así que vino hasta Lehi, los filisteos salieron gritando a su encuentro; pero el ESPÍRITU DE JEHOVÁ VINO SOBRE él, y las cuerdas que estaban en sus brazos se volvieron como lino quemado con fuego, y las ataduras se cayeron de sus manos”.
Es decir, Sansón era un hombre con un llamado único y muy específico, pero el gran don que tenía, dependía de su comunión y obediencia al Espíritu Santo de Dios quien venía sobre él, y en ese momento, ese hombre se convertía en un instrumento en las manos de Jehová para manifestar su grandeza y poder y juicio sobre los filisteos.
El asunto, es que cuando la presencia de Jehová no se manifestaba sobre Sansón, él era un hombre común y corriente, con las mismas debilidades y posibilidades de pecar que cualquier otro hombre, por lo cual se llenó de orgullo y arrogancia, se le olvidó que debía mantenerse sujeto, humilde, en obediencia y total dependencia del Señor; por eso, en un momento en el que los filisteos usaron la mujer con la que Sansón estaba, él pensó que simplemente se levantaría y haría uso como siempre de su don, pero nos dicen las escrituras que él no sabía que el Espíritu de Jehová ya se había apartado de Él.
Jueces 16:20 “Y le dijo: ¡Sansón, los filisteos sobre ti! Y luego que despertó él de su sueño, se dijo: Esta vez saldré como las otras y me escaparé. Pero ÉL NO SABÍA que Jehová YA SE HABÍA APARTADO DE ÉL”.
Que tragedia, no el que le hubieran capturado y le hubieran sacado los ojos, sino que Sansón no se hubiera dado cuenta que la Presencia de Jehová se había apartado de él, sin que él hubiera sentido alguna clase de faltante o vacío espiritual.
Eso me hace pensar en el pasaje que dice que “por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará.”
Estoy convencido que un cristiano avivado, activo y sirviendo al Señor no se enfría de un día para otro, sino que precisamente cuando ha estado vez tras vez en la Presencia del Señor siendo un instrumento a través del cual su Espíritu fluye, es precisamente por eso que cree que puede dejar un día sin buscarle, sin postrarse delante de su presencia, sin obedecerle, que puede dejar para mañana lo que el Señor le pidió hacer hoy, porque al fin de cuentas, piensa que como le ha estado sirviendo y obedeciendo fielmente los últimos meses e incluso años, un día sin buscarle no será grave de ninguna manera.
El problema es que con el tiempo, ese día luego se convierte en dos, en tres, en una semana, y cuando se da cuenta, el hombre de Dios, el ministro y siervo del altísimo, se apartó tanto, que se hizo completamente vulnerable a los ataques de las tinieblas.
Por eso el apóstol Pablo advierte claramente que “el que piensa estar firme, mire que no caiga”, porque lo único que se necesita para caer, es creer que se ha llegado a un nivel espiritual en el que ya no se necesita la búsqueda de la presencia del Señor cada día.
Sansón perdió su vista, su llamado, su ministerio y su vida, cuando perdió la presencia del Santo Espíritu de Dios en él. Porque una cosa es tener el conocimiento de la palabra, un don, un llamado, e incluso un ministerio, y otra muy diferente, la presencia del Espíritu de Dios en nosotros.
Sin Él, no somos más que ministros profesionales, tal vez con títulos, reconocimientos y posiciones dadas por los hombres, pero completamente vulnerables a los ataques de las tinieblas, por no tener la esencia de nuestro Padre Celestial fluyendo a través de nosotros.
Con justa razón Moisés se negó a dar un solo paso más en el desierto si la presencia de Jehová no iba con él. Éxodo 33:15 “Y Moisés respondió: Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí”.
Yo no quiero ir a ningún lugar, enseñar en ningún sitio, ni ministrar a nadie si la presencia del Señor no está en mí, y fluye a través de mí; y para eso, sé que lo único que puedo hacer es buscarlo incesantemente, día tras día, minuto a minuto.
Antes de buscar invitaciones para ir a predicar, de buscar personas a quien aconsejar, y de querer estar en reuniones en las que seré reconocido e incluso alabado por lo buen ministro que soy, lo que quiero es estar en su presencia adorando su Santo Nombre.
Hoy es un día para evaluar la presencia de Dios en nuestras vidas, la comunión que tenemos con Él, y el fluir de su Santo Espíritu en y a través de nosotros.
Te invito entonces a que te postres en algún momento y revises si la presencia de tu Padre Celestial está allí lista para fluir a través de ti; y si no es así, si te cuesta sentirle, escucharle y sentir su fuego, entonces te invito para que allí de rodillas le pidas como el salmista: “No me eches de delante de ti, y no quites de mí tu Santo Espíritu. vuélveme el gozo de tu salvación, y espíritu noble me sustente”. Porque eso no le pasó solo a Sansón y a David, sino que nos pasa a todos los cristianos en algún momento de nuestras vidas.