Solo el tiempo valida nuestras palabras, nuestras promesas y nuestras oraciones

Dice un dicho popular en mi país: “amanecerá y veremos”. Este dicho, se utiliza para expresar que hay incertidumbre en el resultado de las palabras que se han pronunciado; que, aunque se han prometido ciertos resultados, solo el tiempo podrá validar esas promesas con el cumplimiento o incumplimiento de lo prometido.
Yo digo: “solo el tiempo valida tus palabras, tus promesas y tus oraciones”
Y es que a lo largo de mi vida he prometido cosas que no cumplí, aunque en el momento de prometerlas, tenía toda la intención de cumplirlas.
De igual manera, gente me ha prometido cosas que en el momento, fueron palabras muy emotivas, llenas de sinceridad y deseos de cumplir cabalmente lo prometido, pero el tiempo demostró que esas palabras se disiparon, y nunca llegó lo prometido.
Y sé que de esas promesas así están llenas nuestras vidas.
Se promete fidelidad de manera muy sincera el día del matrimonio, solo para descubrir unos pocos años después, una infidelidad que jamás se hubiera pensado y que ninguna de las partes hubiera imaginado en el momento emotivo de pronunciar los votos matrimoniales, sin embargo, sucede todos los días.
Se les promete a los hijos regalos, paseos y tiempo, que luego los padres no encuentran cómo cumplir, aunque había cien por ciento de sinceridad al momento de prometerlo.
El apóstol Pedro y los demás discípulos del Señor Jesús le dijeron: Mateo 26:33 – 35NTV “Pedro declaró: — Aunque todos te abandonen, YO JAMÁS TE ABANDONARÉ. Jesús respondió: — Te digo la verdad, Pedro: esta misma noche, antes de que cante el gallo, negarás tres veces que me conoces. —¡No! —insistió Pedro—. Aunque tenga que morir contigo, ¡JAMÁS TE NEGARÉ! Y los demás discípulos juraron lo mismo”.
Tanto Pedro como los demás apóstoles del Señor estaban hablando una verdad que no podrían sustentar; y digo una verdad, porque si en ese momento les hubieran puesto un detector de mentiras, su sinceridad hubiera sido del 100%, pero al cambiar las circunstancias, al cambiar las condiciones y al haber una amenaza de cárcel e incluso muerte para los discípulos, ninguno pudo sustentar sus palabras sinceras.
Pedro, en efecto negó conocer al Señor Jesús y los demás, que también juraron nunca dejarlo, brillaron por su ausencia en el momento del juicio y la crucifixión.
Y es que los seres humanos somos muy emotivos al prometer, jurar y asegurar que haremos algo que no alcanzamos a dimensionar el costo y magnitud de lo que estamos prometiendo.
Porque con el tiempo, cuando las condiciones cambian, cuando vienen las adversidades y mantenernos en la palabra empeñada nos empieza a pesar más de lo que presupuestamos, cuando aparecen otras opciones mejores, más atractivas, más favorables, somos muy dados a abandonar las promesas y compromisos, y corremos detrás de lo que ahora nos parece mejor.

Esto funciona así en los seres humanos desde que somos niños. Le regalan al niño un juguete y el niño está muy feliz con su juguete, hasta que ve el juguete del vecinito, hasta que ve que el del otro niño es más grande, mejor, tiene más accesorios. En ese momento, olvida el juguete que había sido su alegría, lo deja tirado y corre a agarrar el del otro niño, y si es posible, se aferrará a él como si fuera suyo; como es lógico, al niño lo obligan a devolver el juguete a su dueño; pero a partir de ese momento, su juguete ya no es el más lindo, ya no es el mejor, ya no es su alegría; a partir de ese momento, pedirá una y otra vez tener un juguete igual o mejor que el del vecinito, e incluso, se sentirá poco amado y desdichado porque sus padres no le dan el juguete que tiene su vecinito, ignorando lo que sus padres le dieron con tanto amor y esfuerzo.
La inconformidad con lo que tenemos, y el mantenernos en la palabra empeñada siempre serán dos cosas que pesan mucho en el comportamiento del ser humano.
En el Salmo 15 el Rey David escribió: “Jehová, ¿quién habitará en tu tabernáculo? ¿Quién morará en tu monte santo?” y una de las muchas respuestas que da el salmo es: “El que aun jurando en daño suyo, no por eso cambia.” Y termina el salmo diciendo: “El que hace estas cosas, no resbalará jamás”.
Es que es muy fácil prometer de todo, pero otra cosa es mantenernos en lo prometido.
Pero la palabra nos enseña que nuestro si, debe ser si, y nuestro no, debe ser no. No podemos jurar lealtad, prometer dar, jurar fidelidad, dar nuestra palabra, para simplemente cambiar de opinión cuando las circunstancias cambian para nosotros y ya no nos sentimos tan cómodos como en el momento de jurar, prometer o empeñar nuestra palabra.
Nuestro Padre jamás ha dejado de amarnos, aunque nosotros hemos hecho todo para que así sea; nuestro Padre nunca nos ha quitado la calidad de hijos amados, aunque nosotros, a la manera del hijo pródigo, nos hemos apartado de su presencia y nos hemos ido a cuidar cerdos.
La fidelidad a nuestras palabras, a nuestras promesas, a nuestros votos, es algo que Dios se toma muy en serio; y cambiar de opinión solo porque las circunstancias ya no son favorables o porque nos dimos cuenta que hay algo mejor, más bonito, más grande, nunca será la justificación delante de Dios; aunque lo sea delante de los hombres.
Números 30:2NTV “un hombre que hace un voto al Señor o una promesa bajo juramento, jamás deberá faltar a su palabra. Tiene que cumplir exactamente con lo que dijo que haría”.
Deuteronomio 23:21NTV “Cuando hagas un voto al Señor tu Dios, no tardes en cumplir lo que le prometiste. Pues el Señor tu Dios te exige que cumplas todos tus votos sin demora, o serás culpable de pecado”.
Eclesiastés 5:4-5 “Cuando a Dios haces promesa, no tardes en cumplirla; porque él no se complace en los insensatos. Cumple lo que prometes. Mejor es que no prometas, y no que prometas y no cumplas”.
Siempre habrá una persona más atractiva que tu cónyuge, más inteligente o más responsable; siempre habrá un mejor trabajo y un mejor patrón, siempre habrá un mejor pastor, una mejor congregación o un mejor ministerio, siempre habrá cosas mejores que nos van a llevar a desear dejar lo que tenemos y desear tener lo que no tenemos. Ser fieles y mantenernos en lo prometido no es conformismo, es lealtad, es saber que nos comprometimos y será el Señor el que nos sorprenda gratamente bendiciendo nuestra lealtad y fidelidad, y no nosotros los que buscaremos encontrar lo que nos “merecemos” olvidando nuestros compromisos y palabras empeñadas.
Con seguridad, si somos fieles, todos recibiremos mucho más de lo que pedimos o deseamos, pero si nos olvidamos de nuestras promesas, solo porque las circunstancias cambiaron y ya no nos gusta lo que tenemos, con seguridad perderemos lo que teníamos y no tendremos lo “mejor” que deseamos.
Dios es fiel y ama la fidelidad. Solo el tiempo valida nuestras palabras; nuestras promesas y nuestras oraciones.