Una Fe Sencilla
Mateo 18:1 – 4 "En aquel tiempo los discípulos vinieron a Jesús, diciendo: ¿Quién es el mayor en el reino de los cielos? 2Y llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos, 3y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis COMO NIÑOS, no entraréis en el reino de los cielos. 4Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos."
Creo que si le preguntamos a cualquier creyente ¿qué es la fe? este contestará casi sin pensarlo: la certeza de lo que se espera, y la convicción de lo que no se ve.
Pero, ¿qué es eso en verdad, y cómo aplicamos esa definición a nuestra vida cotidiana?
Cuando el Señor hablaba a sus discípulos de ser como niños para poder entrar en el reino de los cielos, estaba hablando de la fe que estos tienen en todo lo que los adultos, y principalmente, sus padres y maestros les dicen.
Si usted lo piensa, son muchas las cosas que creemos a diario, solo porque alguien que nosotros consideramos que sabe del tema, lo dijo.
Le pongo algunos ejemplos: Nos dicen que el diámetro de la Vía Láctea es de 100.000 años luz aproximadamente, y que tiene más de 200.000 estrellas. En este caso hay dos opciones, o lo cree y lo repite, o no lo cree y se queda con la duda para siempre, porque no es posible de ninguna manera medir ni contar para saber si esa información es cierta o no.
Cuando usted cree algo que no se puede comprobar, sencillamente tiene fe.
Otro ejemplo: todo el mundo hoy en día tiene una imagen en su cabeza de la apariencia del coronavirus, sin embargo, usted tiene que creer que es así, porque la posibilidad de verlo, es nula, ni siquiera si se asoma a un microscopio. En este caso pasa lo mismo, o lo cree y lo repite, o lo duda y se queda con las ganas de saber cuál es la verdadera apariencia del virus, porque en toda su vida, jamás lo verá con sus ojos.
En el momento que usted decide creer lo que otro le dice, sin poder tener la posibilidad de comprobarlo, sencillamente tiene fe; esa es la convicción de lo que no se ve.
A diario nos vemos enfrentados a creer lo que otros nos dicen, sin tener nunca la posibilidad de poderlo comprobar, sin embargo, escogemos creer, porque no podemos caminar en esta tierra comprobando todo lo que nos dicen, solamente creemos, y seguimos avanzando en la vida.
Así es en la ciencia, en la tecnología, en la salud, en las finanzas, en la política, en todo literalmente.
La gran pregunta es: si eso hacemos a diario con cuanta cosa nos dicen las personas a nuestro alrededor; ¿por qué al momento de creerle a Dios, todo lo dudamos, lo cuestionamos y nos atrevemos a negarlo sin tener ningún argumento?
Es más fácil creerle a las personas que nos dicen que ellos han estudiado y saben de lo que están hablando, que creerle a aquel que es el creador de todas las cosas.
¿Por qué nos cuesta tanto creer en una palabra sencilla y contundente? ¿por qué queremos explicaciones de cómo y de qué manera Dios va a hacer las cosas? Se me viene a la mente un Zacarías, quien le cuestiona al ángel cómo sería posible que su esposa Elizabeth, concibiera y diera a luz un hijo; o un Abraham y un Jacob que al no comprender cómo el Señor les bendeciría, quisieron alcanzar la promesa a su manera.
El Señor Jesús nunca se desgastó explicando cómo, por qué y de qué manera sucedería un milagro, Él solo decía al paralítico: levántate y anda; al ciego le decía: recibe la vista, y al muerto le decía desde fuera de la tumba: sal fuera.
Cómo necesitamos hacernos como niños para poder entrar en el Reino de Dios, cómo necesitamos humillarnos al punto de poder decir: no sé cómo Dios lo va a hacer, pero le creo, aunque seamos tenidos por locos por pensar así.
Creo firmemente que una fe sencilla, es aquella que tiene que reconocer que, aunque no entiende cómo y de qué manera Dios va a obrar, lo cree.
Si volvemos a tener esa fe sencilla que le cree al Señor, estoy convencido que pronto volveremos a ver sanidades, milagros y prodigios todos los días.
No será nuestra elocuencia en las oraciones, sino una fe sencilla que cree que cuando le digamos: levántate y anda, a un paralítico, y de igual manera, este también tenga esa misma fe sencilla, que sin entender cómo y de qué manera, decide creer y afirmar sus pies en el piso, para descubrir al segundo siguiente, que su fe le ha sanado.
Creo que las oraciones elocuentes, y los argumentos convincentes son un estorbo para la fe; por el contrario, las declaraciones llenas de poder y autoridad, y a la vez con la sencillez de un niño que cree lo que su padre le dice, son herramientas que Dios siempre ha usado.
Es el tiempo de entrar en el Reino de Dios, con una fe sencilla, pues el Señor dijo que de los niños es el Reino, haciendo referencia a aquellos que le creen a su Padre Celestial sin pedir entender, y sin cuestionar.
Milagros y prodigios hay en las manos de los que creen que Dios hará lo que dijo que haría, y grandes derrotas en aquellos que cuestionan cómo y de qué manera Dios lo hará.
Bendiciones.